Gente moderna
El sábado por la noche acabé el la fiesta de cumpleaños de un colega. Uno de aquellos saraos al estilo Carmina Ordoñez no sé si ustedes captan mi fina ironíaen los que todo quisqui es guay de la muerte que te rilas. Ganas de mamoneos, la verdad, tenía pocas, pero el colega es un tipo muy legal que siempre se ha enrollado muchísimo con el que escribe. Así, que bueno, hice de tripas corazón y acabé por ir.
Decía que aquello era divino de la muerte. Gente moderna, gafas de pasta, chapitas en la ropa, perillas increíbles y un tipo con un collar de perro. Lo juro. Para ambientar en tinglado música del rollito underground, que viene a ser lo mismo que grupos conocidos en su casa a la hora de comer.
Pero bueno, ya que estás allí te integras y, como uno ya tinene más mili que el caballo de Prim, se mimetiza sin problema con el ecosistema. Una chavala que me insistía mucho en que era indi no paraba de darme la brasa con una peli de los ochenta intitulada El club de los cinco, que al final resulta que sí que ví un día en plena sobremesa después de un arroz de esos tan buenos que hace mi vieja. Luego otro coleguita diciéndome que bueno, que qué buen rollo que hemos tenido desde el principio de los tiempos, que amigos para siempre, nainonainonainoná. Y el arriba firmante que sí, que claro, que llevás más aditivos encima que la petroquímica de Tarragona y cualquiera te dice que no.
Lo interesante de estos encuentros es ver si te calzas alguna chavala y darle a la vena antropológica. De lo primero nasti de plasti, todas con sus legítimos, así que opté por darle al rec y quedarme con el rollito. A mi, personalmente me gusta imaginarme a la peña tan moderna vestida como hace cincuenta años. Les quitas el flequillo, la perilla, el collar de perro y los imaginas con zapatos de charol, pantalón a raya y bigotito fascista. Te das cuenta de que por mucho que nos empeñemos seguimos siendo tan gilipollas como siempre. Otra cuestión es que aquella escena costumbrista y posmoderna lo mismo podría haberse celebrado en New Cork que en Ámsterdam. Vamos, que todo el mundo acaba por uniformarse igual en todas partes con la excusa de ser diferente. Hay que joderse.
Al final me largué a las tres y pico harto de hacer cola en una conocida discoteca. Hasta el gorro de estar solo mientras la peña entraba con el pase VIP. Así que el menda se acordó de su catre y decidió que para estar pasando frío y acabar bailando en 30 centímetros cuadrados por doce euros, estaba mejor en el sobre. Lo dicho, que me piré excusando mi ausencia con un imaginario dolor de estómago.
Al día siguiente, tan pancho en mi sofá, me encontré con un reportaje de un menda que se cruzaba Afganistán con una cámara por la geta. El tipo iba a un valle perdido entre China y Pakistán donde vivían unos tipos curiosísimos llamados Tidjikes o algo asín. Viendo a aquella gente con sus yaks, sus chozas de fieltro y su vida tranquila me reconcilié un poco con la vida. Por lo menos aún queda gente que pasa de mamoneos y se lo monta como puede con cuatro cosas. Sin necesidad de modas, de Internet, de coches que valen un huevo ni vacaciones en Benidorm.
Me dieron unas ganas terribles de mandarlo todo a tomar por culo y acabar en cualquier rincón tranquilo del mundo con gente de verdad . Pastoreando mis yaks, o mis dromedarios, durmiendo en una tienda y recibiendo al delegado del gobierno de turno con una sonrisa en la boca y un kalashnikov en la mano. Así, arreglao pero informal.
Decía que aquello era divino de la muerte. Gente moderna, gafas de pasta, chapitas en la ropa, perillas increíbles y un tipo con un collar de perro. Lo juro. Para ambientar en tinglado música del rollito underground, que viene a ser lo mismo que grupos conocidos en su casa a la hora de comer.
Pero bueno, ya que estás allí te integras y, como uno ya tinene más mili que el caballo de Prim, se mimetiza sin problema con el ecosistema. Una chavala que me insistía mucho en que era indi no paraba de darme la brasa con una peli de los ochenta intitulada El club de los cinco, que al final resulta que sí que ví un día en plena sobremesa después de un arroz de esos tan buenos que hace mi vieja. Luego otro coleguita diciéndome que bueno, que qué buen rollo que hemos tenido desde el principio de los tiempos, que amigos para siempre, nainonainonainoná. Y el arriba firmante que sí, que claro, que llevás más aditivos encima que la petroquímica de Tarragona y cualquiera te dice que no.
Lo interesante de estos encuentros es ver si te calzas alguna chavala y darle a la vena antropológica. De lo primero nasti de plasti, todas con sus legítimos, así que opté por darle al rec y quedarme con el rollito. A mi, personalmente me gusta imaginarme a la peña tan moderna vestida como hace cincuenta años. Les quitas el flequillo, la perilla, el collar de perro y los imaginas con zapatos de charol, pantalón a raya y bigotito fascista. Te das cuenta de que por mucho que nos empeñemos seguimos siendo tan gilipollas como siempre. Otra cuestión es que aquella escena costumbrista y posmoderna lo mismo podría haberse celebrado en New Cork que en Ámsterdam. Vamos, que todo el mundo acaba por uniformarse igual en todas partes con la excusa de ser diferente. Hay que joderse.
Al final me largué a las tres y pico harto de hacer cola en una conocida discoteca. Hasta el gorro de estar solo mientras la peña entraba con el pase VIP. Así que el menda se acordó de su catre y decidió que para estar pasando frío y acabar bailando en 30 centímetros cuadrados por doce euros, estaba mejor en el sobre. Lo dicho, que me piré excusando mi ausencia con un imaginario dolor de estómago.
Al día siguiente, tan pancho en mi sofá, me encontré con un reportaje de un menda que se cruzaba Afganistán con una cámara por la geta. El tipo iba a un valle perdido entre China y Pakistán donde vivían unos tipos curiosísimos llamados Tidjikes o algo asín. Viendo a aquella gente con sus yaks, sus chozas de fieltro y su vida tranquila me reconcilié un poco con la vida. Por lo menos aún queda gente que pasa de mamoneos y se lo monta como puede con cuatro cosas. Sin necesidad de modas, de Internet, de coches que valen un huevo ni vacaciones en Benidorm.
Me dieron unas ganas terribles de mandarlo todo a tomar por culo y acabar en cualquier rincón tranquilo del mundo con gente de verdad . Pastoreando mis yaks, o mis dromedarios, durmiendo en una tienda y recibiendo al delegado del gobierno de turno con una sonrisa en la boca y un kalashnikov en la mano. Así, arreglao pero informal.
4 comentarios
missrraim -
marquinho -
Jo vull venir!!!!!!!!!!!
Anónimo -
Víctor -
De todas formas, tiene su mérito quedarse hasta las tres de la noche con gente que te tiene que insistir hasta la saciedad que es 'indie' para sentirse alguien.