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Cómo cambian las cosas...

Cuando aquí el menda era un crío vivía en un país de otra dimensión. Es difícil explicárselo a los chavales de menos de 30, pero España era un país que empezaba a dejar atrás siglos de cutrez desmedida. Recuerdo de aquellos años que la televisión empezaba a la 1 del mediodía, que el programa más visto era Un, Dos, Tres y que para ver una peli en condiciones te tenías que tragar el debate de La Clave. Nosotros, los críos, veíamos La Bola de Cristal, toda una explosión de libertad catódica y de criptomarxismo para chavales que nos dejó, a quienes lo veíamos, un espíritu crítico y tolerante –si no quieres ser como ellos, lee-. Sin duda, el mejor programa infantil de la historia de la televisión en España.

También recuerdo, entre brumas, a un señor vestido de verde y con bigote –llevaba un sombrero muy raro- diciendo a otros señores que se tiraran al suelo-, el 12 a 1 contra Malta y la medalla de plata en Los Ángeles. Pero sobre todo recuerdo mi barrio. Una zona industrial/obrera de Barcelona junto al río Besós. Era un barrio gris lleno de cemento con algún parque de tierra  con 4 árboles. La epítome perfecta de aquella España en la que los niños del baby boom –aquí fue a mediados de los 70- todavía jugábamos a canicas aunque ya empezábamos a soñar con los primeros ordenadores.

Todo esto viene al caso porque estaba yo el otro día viendo la Fórmula 1 y la consiguiente victoria de Fernando Alonso cuando pensé que joder, que si me hubieran dicho de crío que íbamos a tener un campeón del mundo de automovilismo, otro chaval que es un portento en tenis o por volver al motor, un campeón del Dakar. Y es que España ha cambiado un güevo de pato desde que yo era crío. Ahora  semos europeos con pedigrí, Barcelona es la capital del diseño –divina que te cagas- y está llena de guiris que te dicen que qué suerte tienes de vivir aquí (???), tenemos dos coches por familia, un PC en cada casa y nos vamos de vacaciones a Praga o a Londres en vuelos de bajo coste. Eso claro, las familias de clase media-media que todavía conseguimos guardar algo para final de mes, que tal y como están las cosas, no es moco de pavo.

Les decía que España ahora sale en los telediarios de otros países, que de vez en cuando organizamos algún sarao digno de mención y que tenemos deportistas, científicos y qué se yo, dejando bien alto el orgullo patrio. Esto lo digo porque aunque le doy mucha caña a esta piel de Toro, en el fondo a uno le mola mucho ver a un españolito en un podio en, pongamos, Silverstone o París. Que luego aquí cada perro se lame su pijo y somos lo más insolidario del mundo mundial, pero qué narices, siempre hemos sido asín.

El caso es que dentro de otros 20 o 30 años espero poder seguir por aquí diciendo que joder, que cómo ha cambiado este país desde que nos pegábamos puñaladas traperas por las esquinas a costa de estatutos, treguas y otras lindeces. Porque a veces, cuando nos dejamos de gilipolleces –ha pasado un par o tres de veces en la historia- , somos capaces de darle caña al más pintado, por muy rubio y anglosajón –o germánico- que sea.

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