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Sobre letras e himnos

Recuerdo que cuando era un crío me gustaba investigar por el desván de casa de mi abuela en busca de algún tesoro olvidado por un antepasado desconocido. El fruto de la búsqueda era, casi siempre, algún libro lleno de polvo que había pertenecido a mi padre o a alguno de mis tíos. En una de aquellas incursiones conseguí rescatar del olvido una vieja Enciclopedia Álvarez que leí con auténtica fruición. Me gustaron especialmente aquellas historias de guerras pretéritas en las que unos españoles buenos luchaban contra invasores musulmanes, pérfidos herejes protestantes o revolucionarios autóctonos que querían destruir España y entregarla al kaos.

Sólo años después, tamizadas mis ideas por otras lecturas y compañías, supe que aquel libro era el manual de adoctrinamiento de una dictadura pasada que había impuesto su ley tras una cruenta Guerra Civil.

Conservo, pese a los años, intacta en mi memoria la letra del himno nacional que compuso el poeta José María Pemám, hombre del régimen insuflado de un patriotismo acérrimo. Años más tarde descubrí que la letra fue ligeramente adaptada por el franquismo a su estética de camisas azules y brazos en alto. En realidad, Pemán escribió la letra en 1927 durante la dictadura de Primo de Ribera. En el original se habla de frentes en alto en vez de saludos a la romana, aunque el resto sigue siendo idéntico al comúnmente conocido.

He de reconocer que la estrofa que habla del azul del mar y del caminar del Sol siempre me ha parecido estupenda; obra de un poeta de acerada pluma.

En cualquier caso, los españoles nos hemos acostumbrado a tener un himno sin letra. El hecho de que ahora queramos darle una para que nuestros deportistas canten me parece, cuando menos, ridículo. Otro problema, y no el de menor importancia, es que debemos ser uno de los pocos países del mundo que no se creen que lo son. Aquí, a diferencia de otras naciones como Francia o Alemania, cada cual tiene su propia idea de lo que es esto. Es por ello que una letra para el himno ha de contentar a todo el mundo, por lo que el resultado ha de ser forzosamente un auténtico churro. Vamos, que el himno tiene que representar la pluralidad nacional, el respeto al medio ambiente, la igualdad de sexos, la lucha de clases, la democracia, la monarquía y, sobre todo, el pacifismo. Lo dicho, un churro.

La Marsellesa es un himno revolucionario plagado de estrofas sangrientas, el himno americano no se queda corto y habla (cosa que me gusta mucho) de una tierra de hombres libres. Estas letras se compusieron hace más de 200 años, por lo que la propia historia ha relativizado su significado original y la gente las canta sin prestar demasiada atención a su significado.

En mi modesta opinión, un himno tiene que tener un toque épico. Un ejemplo perfecto puede ser el Cant dels Segadors adoptado como himno autonómico de Cataluña. En él se habla de un país triunfal, un enemigo péfido y un golpe de hoz de los defensores de la tierra. Al fin y al cabo lo que se pretende en cantar lo guay que se es, y en eso los nacionalistas nos llevan mucha ventaja y tienen menos complejos. Incluso en la Internacional, himno del movimiento obrero, se hace referencia a una famélica legión que ha de alzarse y combatir para hacer el pasado añicos y derrocar al tirano. Ejemplos mil, así que si se hace todo lo contrario va a quedar una sosez como la que nos han presentado en los medios de comunicación. Sí, muy políticamente correcta, pero una ñoñería al fin y al cabo.

2 comentarios

ana -

Ola

pppppooooloooo -

uuhhhhhhhhh