Kill Bill vol.1
Esta crítica es de mi amiga Paula, seguirlas en la revista mensual Go-Mag; merecen la pena.
Una burbuja está llena de aire, de vacío, y sube hacia el cielo o estalla en el camino. Kill Bill vol.1 es una burbuja. Perfecta geometría. Forma pura. La esencia de la cuarta película de Quentin Tarantino se halla repostada en ese discurso metacinematográfico de videoclub del que el director estadounidense siempre ha hecho gala. Y una podría enumerar mil referencias, explícitas o más sutiles, de las que Tarantino se ayuda, desde el spaghetti western, el anime, el musical, las series televisivas de los 70, etc. Porque lo importante en esta película ya no es, siquiera, si la historia es o no verosímil; si el personaje de La Novia, (interpretada por Uma Thurman) se pasa trece horas escondida en el aparcamiento del hospital en el que ha matado a dos tipos y no aparece ni una mínima señal de peligro; si ésta consigue eliminar a un ejército de ochenta clones japoneses, cortándoles de cuajo los brazos, las piernas, la cabeza; si pueda ser que exista una organización pseudo-terrorista que es la parodia antagónica de Charlie y sus ángeles; si es posible pronunciar una sola palabra una vez te han cortado la cabellera. Aquí la ficción supera a la propia ficción y se convierte en un ejercicio de estilo. Epistemología tarantiniana llevada hasta el paroxismo.
Si bien, es sin duda la venganza lo que dibuja los contornos de este círculo pomposo. Vendetta poderosa de La Novia, a la que le han quitado la vida entera, y regresa como un fantasma en busca de lo arrebatado cuatro años atrás; venganza trágica de O-Ren Ishii, por siempre encaminada hacia la muerte; venganza como la nueva épica, venganza sin coartadas, instituida desde este momento como género indiscutible, como base, como shock ante el viaje alucinante que es este discurso post-postmoderno del futuro asesinato de un tal Bill.
Una burbuja está llena de aire, de vacío, y sube hacia el cielo o estalla en el camino. Kill Bill vol.1 es una burbuja. Perfecta geometría. Forma pura. La esencia de la cuarta película de Quentin Tarantino se halla repostada en ese discurso metacinematográfico de videoclub del que el director estadounidense siempre ha hecho gala. Y una podría enumerar mil referencias, explícitas o más sutiles, de las que Tarantino se ayuda, desde el spaghetti western, el anime, el musical, las series televisivas de los 70, etc. Porque lo importante en esta película ya no es, siquiera, si la historia es o no verosímil; si el personaje de La Novia, (interpretada por Uma Thurman) se pasa trece horas escondida en el aparcamiento del hospital en el que ha matado a dos tipos y no aparece ni una mínima señal de peligro; si ésta consigue eliminar a un ejército de ochenta clones japoneses, cortándoles de cuajo los brazos, las piernas, la cabeza; si pueda ser que exista una organización pseudo-terrorista que es la parodia antagónica de Charlie y sus ángeles; si es posible pronunciar una sola palabra una vez te han cortado la cabellera. Aquí la ficción supera a la propia ficción y se convierte en un ejercicio de estilo. Epistemología tarantiniana llevada hasta el paroxismo.
Si bien, es sin duda la venganza lo que dibuja los contornos de este círculo pomposo. Vendetta poderosa de La Novia, a la que le han quitado la vida entera, y regresa como un fantasma en busca de lo arrebatado cuatro años atrás; venganza trágica de O-Ren Ishii, por siempre encaminada hacia la muerte; venganza como la nueva épica, venganza sin coartadas, instituida desde este momento como género indiscutible, como base, como shock ante el viaje alucinante que es este discurso post-postmoderno del futuro asesinato de un tal Bill.
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