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Regreso de vacaciones

 Vuelvo de pasar la Navidad por tierras andaluzas, o sea, por la tierra de mis padres, abuelos, bisabuelos, etc. Quizá sea el constante trasiego al que nos ha sometido, a mi hermana y a mí, nuestro señor padre en el decurso de nuestra ya no tan breve existencia, quizá la voz de la sangre, o la memoria genética, o vaya usted a saber, pero algo se enciende en nuestro interior –y creo poder hablar por los dos-- cuando aparece aquel letrero verde y grande, justo antes de llegar a Almaciles, donde puede leerse “Andalucía”.

Vaya usted a saber, decía hace un momento, no tengo ni la más remota idea de lo que será, pero pasa. Uno, que no excesivamente correcto en lo concerniente a la política ni a prácticamente nada, cree en lo que ya he citado antes de la memoria genética. Sí, ya sé, se supone que la educación es lo que nos hacer ser como somos, pero no me convence, y que conste, antes de que nadie se rasgue las vestiduras y se ponga a llamarme cualquier cosa menos guapo, que no defiendo las tesis etnicistas ni nada por el estilo. Sólo digo, y se ha comprobado, que hay ciertos recuerdos que pasan de generación en generación inscritos en el lenguaje de programación de nuestras células. Y a eso achaco que después de siglos (500 años como mínimo) de permanencia de los míos por tierras andaluzas, algo diga “hola, aquí estoy” cuando entro en el antiguo Reino de Granada.

Decía mi señor padre el otro día que es jodido ser emigrante, que no estás a gusto ni en tu tierra de origen ni en la de adopción. Lo puedo entender, pero a éste que escribe no le sucede, me siento mucho más a gusto por allí abajo. Y toda esta parrafada no significa que no quiera a Cataluña, que no la sienta, que no la viva, pero no es lo mismo. Hay algo que se activa, un interruptor emocional, o el saber que bajo esa tierra están los míos. Vuelvo a decir que no lo sé.

Por eso quiero pensar, me gusta pensar, mejor dicho, que algún día acabaré en una casita encalada frente al Mediterráneo meridional. Soñar no cuesta dinero.

De momento regreso, quién sabe por cuánto tiempo, a mi hogar. Pero allí, entre los olivos de Jaen, bajo la peña de Castril, en el páramo de Almería, al pie de la Alhambra, se queda una parte de mí, algo a lo que no podría renunciar por nada aunque quisiera.


Ah, Feliz Año a todos.

 

1 comentario

la hermana -

Precioso post hermano, suscribo lo dicho; Me ha gustado que recordarás las palabras de papá mientras conducía y pasábamos por aquel paisaje lunar que tanto nos gusta, sentí en su voz ese desamparo de no saber de donde es uno, a mí en ocasiones también me pasa, pero ese estallido de emoción y alegría cuando me acerco a mi querido pueblo, eso, lo compensa todo. ;)
Mil besos