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Meapilas dominicales

El mejor alcalde que ha tenido mi pueblo ha sido un tipo al que toda su vida lo han tachado de “maricón”. Allí donde los “machotes” no llegaban, él sacaba pecho y ponía sobre la mesa unos atributos que algunos no creían que poseyera. Y así, poco a poco, hasta las viejas del pueblo, las más beatas y carrinclonas, le bailan el agua al alcalde con pluma.
Y es que para gobernar, como para querer, lo de menos es con quién se vaya a la cama el sujeto en cuestión. Por que ya me dirá usted, que en esta sociedad tan moderna y adelantada como la española, todavía algunos se rasguen las vestiduras cuando se habla de matrimonio entre homosexuales. Qué tendrá que ver que sean dos hombres o una moreno y una rubia. El matrimonio por definición es un contrato y, por ende, lo firman dos partes. Si dos señores (o señoras) quieren libremente casarse –craso error lo haga quien lo haga-- , que lo hagan. El estado no tiene por menos que reconocer esta unión entre dos personas; no le compete el escandalizarse por lo que hagan debajo de las sábanas.
Y es que casarse es una cosa muy seria lo haga quien lo haga, y tal y como está el tema tampoco está la cosa como para ponerle trabas a quienes quieran contraer matrimonio. Y como todo matrimonio que se precie de serlo, homosexual o no, tener hijos es una de las primeras cuestiones que se plantea la pareja. Hijos, sí, igual que cualquier otro matrimonio. ¿Por qué no? ¿Acaso no hay millones de niños pasando calamidaders en cualquier cloaca del mundo? O es que algunos, muy católicos y cristianos ellos, prefieren que un niño se muera de esnifar pegamento y de una paliza de un policía a que un par de “desviados” –sabrá Diós que le harán-- le den el amor y el cariño que sus padres biológicos heterosexuales no le quisieron dar.
Mucha hipocresía es lo que hay. Mucho meapilas y mojigato que no ve más allá del rosario que lleva colgado y que no se da cuenta de que esa Iglesia a la que asiste cada domingo es un auténtico nido de “locas”.

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