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Piropos entre muebles

Disculpen vustras mercedes que no compareciera ayer, pero otros menesteres me requerían. El caso es que acudí a ese nuevo templo del consumismo llamado IKEA. Joder, hay que ver que chabolos te montan por cuatro duros. Todo aquello lleno de Paquis y Manolos con los churumbeles a cuestas a la caza del sillón ideal. Yo me compré uno, lo reconozco, muy moderno y comodísimo en el que voy a poder ventilarme mis libros cual marajá de Kampuchea. Algo de repelús te da, no digo que no, cuando te pones a pensar que todo aquel derroche de imaginación es el fruto de la explotación infantil. Pero vamos, que uno también es pobre y por aquello de la solidaridad no se deja 100 de los verdes de antes por comprarse un reposa culos.
Bien, decía que entre tanto artilugio y rodeado de humanidad me llamó poderosamente la atención algo discordante. Estaba yo mirando cuadros y marcos para una lámina de Napoleón cruzando los Alpes de David que tengo intención de adquirir, cuando observé una foto. Era una fotografía de los años cincuenta, en blanco y negro, hecha en algún país latino, preferiblemente Italia o incluso Francia (si es que los gabachos son latinos). Hago referencia al origen meriodional de la foto por la circunstancioa en que fue hecha. El panorama era este: una maciza a lo Sofía Loren pasando por una esquina mientras que un grupito de mozos le recitan el catecismo. No faltaba ni el escooter, oiga. Aquello era puro neorealismo italiano, aunque ya digo que podría no ser Italia. La muchacha estirando el cuello pero contoneando el culo, que no se diga. Y los jambos con una sonrisa de oreja a oreja dejando fluir su concupiscencia. No puede dejar de pensar "claro que sí".
Y es que ya no se dicen piropos a no ser que trabajes colocando ladrillos. Yo no sé por qué me gusta tanto oir a los albañiles soltando barbaridades a colación de la anatomía de las transeuntes. Ahí hay algo atávico y carpetovetónico que no tienen los vikingos. No me imagino a un Otto diciéndole a una frau lo que le iba a comer como ella se dejase. Precioso, oiga, maravilloso. Una cosmogonía enterita resumida en cuatro vocablos. Algo que tristemente estamos perdiendo, no sé si por la sobredosis de tetamen o porque resulta sexista. Las de los pelos en los sobacos no lo pueden ni ver, claro que la mayoría son unos calamares de aquí te espero, y cualquiera suelta prenda ante tan inefable panorama. A mi me confesó una novia que tuve que se deprimía si pasaba por una obra y no le decían nada. Si es que no podemos luchar contra lo que somos, y si ves pasar a una zagala con más curvas que la arrabasada le sueltas que si te invita a dar una vuelta, y aquí paz y después gloria.
Aquellos tipos de antes a lo mejor eran algo brutos y puede que visen a las mujeres de otra forma menos civilizada, pero de lo que no cabe la menor duda es de que estaban hechos de otra pasta. Tanta androgenización y tanta leche y al final parecemos todos fabricados en serie por el IKEA. Pero a uno todavía le pone una señora voluptuosa pasando por una esquina. Y ése mismo no puede evitar, de vez en cuando, despojarse de los prejuicios y cantarle la Traviata a la susodicha.

2 comentarios

holly -

Realmente tienes razón cuando dices que el arte y la gracia latinas se están perdiendo. Esto es uno de los frutos de la tan esperada globalización: todos queremos ser como nuestros vecinos, como aquellos que no somos. (Bueno, y ellos quieren ser como nosotros)¿Para qué? ¿Para al final acabar siendo todos un fifty-fifty del resto del mundo?
(Y siento tener que reconocer que tu novia no es la única que, cuando los albañiles no le dicen nada, se mira en los escaparates a ver si lleva mal el pelo.
Esto ya no es lo que era...)