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Tertulia

Me van a permitir ustedes que me ponga estupendo—una vez más—.Resulta que aquí su servidor se está leyendo un interesante libro de Stefan Sweig entitulado “El mundo de ayer”. Se lo recomiendo, muy interesante y el Sweig este es un tipo realmente encantador. Pues resulta que este señor se poner a narrar su adolescencia en la Viena imperial de finales del XIX. Una gozada. Le dan a uno unas ganas locas de habr nacido 100 añitos antes. El caso es que allí los bachilleres iban al teatro y conocían de memoria las últimas novedades de la vida intelectual europea—vamos, como ahora—.
Pero ¿saben ustedes lo que más envidia le da a uno? Pues las tertulias. Fíjense que tontería. La verdad es que se pone uno a imaginar esas tertulias en un café vienés y esta gente le da una envidia increíble. Todos allí reunidos delante de sus cafeses hablando de política, de filosofía, de arte, y de la Bíblia en verso. Es que es para morirse.
Pues bien, que uno cree que hay que recuperar según qué tradiciones, y esta es una de ellas. Lo de la tertulia me refiero. Juntarse unos cuantos, cada uno hijo de su padre y de su madre. El intelectual, el periodista, el artista, el científico, el poeta, el que pasaba por allí, el señor que vende lotería y Rita la cantaora si hace falta. Rollo como las tertulias del Café Gijón que ne mi puta vida he bvisto y que tantas veces he imaginado. Precisamente recuerdo de mi época de bachiller una pintura de una tertulia del café Gijón de Madrid con toda la troupe del 27. Aquellos jovencitos sin un duro que iban a ser la generación más fructífera de las letras y las artes del siglo XX patrio. Nada más lejos que emular a aquella gente, pero las ganas de emular, de participar de la idea, de dar rienda suelta a mil cosas que en un momento dado le rondan a uno por la mente es arrebatadora. Reunir atoda una parroquia en un café con aire decadente—estoy pensando en uno que ni pintado en que el que escribe ha estado esta tarde—y platicando durante horas de lo humano y lo divino. Puede que no salga de ella ningún ilustre literato, pero a veces uno se siente partícipe de algo más grande, algo que le ilumina un poco por dentro.¿Se apuntan ustedes?

3 comentarios

Armando -

Me alegra que te haya gustado el libro, para mí es uno de los mejores que he leído, conforme vayas pasando las páginas verás como va cambiando tu propio estado de ánimo con respecto al propio libro, cosa que consiguen muy pocos libros.

Es de admirar también la sensibilidad del autor para con su tiempo, y como la certeza de que su generación está abocada a la autodestrucción se va apoderando de las páginas y esa alegría y confianza del comienzo se va transformando en agustia.

Bueno, me callo y te dejo que sigas con él, sólo dos recomendaciones también de Zweig:
- Castellio contra Calvino, ensayo sobre el fanatismo religioso y no digo más.

Y un par de novelas breves que son el tercer pilar de su obra junto con los citados Ensayos y las biografías

" Novela de Ajedrez " sobre la obsesión y el genio de la mente humana y " Carta de una Desconocida " sobre los amores obsesivos y la psicología femenina, aspecto este por cierto que es capaz de describir como nadie, sinceramente no he leído a nadie como Stefan Zweig.

Altamente recomendable.

Oscar -

Generación del 27 es el nombre más usado, pero hay críticos literarios que prefieren la denominación de Generación de la República, como siempre la llamó Bergamín, por dos motivos:
- La República es un hecho histórico más relevanta que el año 1927
- El compromiso de esos escritores con la II República Española.

autor -

También se le llama la Generaciónde los maestros, y se reunieron al principio para reivindicar a Góngora. No todos eran republicanos stricto sensu.