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librodearena

De película

Ayer les hablaba de alguna moto que nos quieren vender pintada de verde. De entre todas ellas la que se lleva la palma es la del romanticismo pegajoso. Desde el siglo XIX—cuando se puso de moda—nos ha caído la de dios es Cristo dándole vueltas al asunto del aquí te pillo. La suerte quiso que en aquella época la mayoría de la gente fuera analfabeta y sólo las clases burguesas cayeran en la trampa. Pero, amigo, luego apareció el cine y las masas aprendieron a leer, y una funesta plaga se batió sobre la población mundial: el romanticismo pegajoso.
Desde entonces millones de seres humanos se tragan las historias de las películas y las intentan extrapolar a sus vidas cotidianas haciendo el más espantoso de los ridículos, o sea. Ya me dirán ustedes la gracia de Paqui y Manolo imitando a Richard Gere y a la otra pelirroja en la peli aquella de la lumi que se enamora. Que no, hombre, que no, que la vida es mucho más puta y los tiempos son más pausados.
El problema es que hay mucha gente por ahí—especialmente personas humanas femeninas—que se tragan el anzuelo y van por esos mundos buscando príncipes azules. Lo más divertido viene cuando alguna de estas va y te suelta las frases típicas de las películas: “yo quiero sentirme viva” o lindeces por el estilo. Aunque las mejores son las de despedida. De estas últimas he hecho una a antología con las experiencias de amigos y amigas—ahí he estado políticamente correcto—que no tiene desperdicio. Lo de “me gustaría que fuésemos amigos” es para mear y no echar gota. Una risa cada vez que me lo cuentan. También tiene su tela lo de “no me siento preparado/a”, “en este momento de mi vida no quiero (y aquí viene lo que sea)” y la mejor de todos los tiempos, “esto me hace más daño a mi que a ti”. Sí, claro, eso resulta evidente.
Miren ustedes, hay cosas que están muy bien para irlas a ver en el cine. Igual que cuando ves en la pantalla grande a Aquiles vestido de lagarterana gay en Troya ,o cuando en Star Wars aparece un combate aereo de la segunda Guerra Mundial en el espacio sideral, que es la hostia. Son cosas del cine, recursos que le dan saborcillo a la peli, pero nada más. A nadie se le ocurre ponerse una capa roja—salvo a Ruiz Mateos—y salir por ahí ejerciendo de justiciero. Pues lo mismo con el romanticismo pegajoso. La gente normal se lo curra ocho o mas horitas cada día, vive en 50 metros cuadrados y lo útlimo que quiere es que le coman la cabeza con paridas. Así que tengan ustedes en cuenta que si se enamoran de Pedrito el fontanero no les va a regalar un brillante cuando pasen por Tiffanis ni les enviará un ramo de orquídeas salvajes al trabajo. Ni aparecerá vestido de almirante Nelson y las sacará en volandas por la puerta de la fábrica. Lo más irá a buscarlas con el Saxo VTS tuneado y les dará un achuchón. Y si alguno se enchocha perdidamente de Jennifer, la cajera del Caprabo, que no intente leerle poesías de Luís Cernuda porque se va a descojonar de la risa—salvo las que se envían por sms que aprecen que tienen éxito—. Lo mismo para categorías socieconómicas superiores, porque al final todas las parejas acaban comentando lo bruja que es la vecina del quinto, viendo Gran Hermano y criticando a los amigos/as propios.
Y cuidado, no estoy diciendo que si el amor tal o si cual, que no van por ahí los tiros. Simplemente que la vida cotidiana y el cine se parecen como un huevo y una castaña, y que los amores esos tan desenfrenados y superchachis son más falsos que un euro de madera.

2 comentarios

el autor -

El problema viene cuando la vida imaita al arte...

Elprimo -

Un par de cosas:

El arte imita la vida.

La realidad siempre supera a la ficción.

No es por ponerme ñoño...