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El derrumbe

Les paso un artículo de Emilio Masiá. Poeta, escritor y amigo.

Ahora debe estar ocurriendo. ¿Será el fin?; como que las imágenes se le suceden a velocidad de vértigo y le pasa toda la vida en un barullo de fotogramas que la memoria pasa sin apenas tregua. Aún no había soñado Juan Marsé con escribir «Últimas tardes con Teresa», pero otra Teresa, su Teresa y él ya deambulaban cogidos de la mano por El Carmelo, mirando embobados algunos áticos, como el que mira el cielo fabricando sueños de habitar un día un palomar de esos que primero firmas en el banco y luego entregas media vida a cambio de una escritura que dice lo adjudica de por vida.

En la secuencia del derrumbe aún puede apreciarse el empapelado color salmón con florecitas del dormitorio. ¿Sabe usted?, a la izquierda estaba la cocina, se adivina a por la chimenea y esa mancha de negro humo, y qué curioso, pero aún persiste colgado de la pared desnuda un cazo para calentar el café que nadie tomará. En esa mecedora vieja, a punto de perder el equilibrio y sentarse en el vacío, hacía punto Teresa las tardes de invierno, al tiempo que con un ojo vigilaba de cerca a los nietos. Que ella nunca quiso volver a Granada desde que se casaron los chicos. Así que en ella mecía el vaivén de la contradicción sin queja alguna, consagrada a preparar meriendas y aparcar los ritmos de sus siestas dando cabezadas en silencio. Fue al irse cuando ya aparecieron las primeras grietas, que todos achacamos al deterioro implacable de los años y la desaprensiva construcción de los cincuenta. Y ya no tejió más lana, tornándose los días más crudos, las tardes más cortas, las paredes mudas y peligrosas las agujas, que en el ovillo parecían inyectar la última dosis inservible de insulina.

A Teresa la enterramos en Montjuich. Y la casa... la casa ya ve usted. La casa se fue con la construcción del metro a los infiernos, incluidas las fotos de esta historia y la caja de Suchard que las guardaba. Pero a mis años, qué quiere que le diga, mejor coger el petate y punto. O Maragall nos hará volver al banco, a rellenar otro papel mojado y vuelta a empezar. No, amigo. Los sueños rotos ya no tienen compostura. Los chicos se quedan, lógico. Que Clos tendrá que dar la cara. Pero yo me largo.

2 comentarios

odile -

que gran poeta!

emilio masia -

Gracias Sergio por publicar el artículo. Sí, los sueños tienen mala compostura...pwro seguimos en la trinchera...