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Cuento corto

Cuento corto Vio Roma a sus pies y supo que al mundo ya no volvería a ser el mismo. La ciudad que desde hacía siglos regía el destino del mundo se presentaba ante él como una vieja indefensa y cargada de achaques. Él, un godo, un bárbaro, tenía a la capital del mayor imperio que conocieron los tiempos a su merced.
Demasiados años de sometimiento y traiciones condujeron a su pueblo a declararle la guerra a Roma. Roma, la ciudad eterna, el ombligo del mundo.
Se quitó el casco a causa del calor sofocante y aferró con la mano izquierda la empuñadura de su espata. Ellos le habían enseñado a guerrear. Le habían entrenado en sus tácticas de batalla e instruido a su pueblo como eficaces tropas auxiliares. Guerreros bárbaros al servicio de los intereses de Roma. Hombres de pelo rubio e imponentes figuras defendiendo una civilización moribunda. Pero todo aquello era ya cosa del pasado. La ciudad le esperaba. Honorio había huido a Rávena como una muchacha asustada y le había dejado una ciudad enferma como botín. Ya nada volvería a ser como antes. Ningún caudillo había conseguido nunca someter la ciudad. Y ahora él, un Godo, un mercenario a sueldo, iba a entrar al mando de sus hombres en aquel recinto amurallado que había sometido con puño de hierro a la casi todos los pueblos de la Tierra.
Alarico volvió a ceñirse el casco. Comprobó su cota de malla y espoleó a su caballo para situarse al frente de sus guerreros. Pensó que su nombre se relacionaría, de ahora para siempre, con el del hombre que doblegó, al fin, al Imperio Romano. Un imperio débil, un león sin garras, apenas los restos de una gloria pasada. Pero un imperio al fin de cuentas.
Miró a sus hombres dispuestos en perfecta formación. Observó sus espatas, sus escudos redondos, sus hachas y los restos de uniformes romanos de algunos de ellos. Después de él ya sólo quedarían restos.
La venganza, por fin, había llegado. Su destino le salió al paso aquella mañana de agosto del año 410. Ellos serían los primeros. Pero de aquí en adelante todos sabrían que Roma era una ciudad más. Un botín de guerra como cualquier otro. Y algún día, no demasiado lejano, otro bárbaro se sentaría en el trono imperial. Sólo era cuestión de tiempo.

2 comentarios

marcial -

estuvo muy vien y mejor

Anónimo -

los visigodos eran un pueblo muy grande