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Pijísimos

Ayer fue uno de aquellos días en los que te pasan dos o tres cosillas que te dan que pensar. Resulta que, como ya les he dicho unas cuantas veces, trabajo en pijolandia. Concretamente en un edifico que supura capitalismo decimonónico por cada una de sus ventanas. Como obra arquitectónica tiene hasta su puntito. La mayoría de plantas están ocupadas por asesorías financieras y tinglados por el estilo. Así que, como no es de extrañar, alguna vez te cruzas con el personal al subir en el ascensor. Y ayer fue uno de esos días. Concretamente a las 18:30 hora zulú. En eso que se abren las puertas de acero pintadas de bronce y salen cuatro tipos encorbatados. Sus pelitos largos—ahora les ha dado por dejarse melena, manda narices—, sus trajes azules impecables y sus corbatas de diseño. Unos auténticos tiburones de moqueta, de esos que venden a su madre por una Opa hostil. Nada nuevo bajo el sol, uno ya los tiene muy vistos, se deberían de pensar que aquí el que escribe era un mensaka o algo por el estilo porque ni me miraron. El caso es que una vez en la redacción, en uno de esos momentos en los que no hay nada que hacer, pillo el suplemento semanal y me veo a uno calcadito a los mencionados en la portada. Resulta que le hacían una entrevista/reportaje all propietario de Globalia, un holding o como se llame de empresas dedicadas al turismo. El fulano en cuestión tiene 34 tacos y está forradísimo. Amigo íntimo de Ronaldo, mujeriego—a ver si no—y con una mansión de 1000 metros cuadrados. Un pisito de soltero. Pues el amigo le comentaba al peridista que nunca, nunca, trabaja más de ocho horas. No se nos vaya a cansar el niñó. También decía el gachón que cada noche le decía a Lita, la chahca, que le preparase un baño con sales e incienso. Que la vida está muy mala y hay que cuidarse. El tipo tenía un BMW serie 7 para ir a currar, ya saben, un utilitario que gasta poco y lo puedes aparcar facilmente.
El resto de la entrevista seguía la tónica. El amigo, igual que los tiburones que les he mencionado, llevaba sus greñitas y decía que le gustaba el Rock&Roll. Me emocioné de veras al verlo sobre la mesa del comedor de su casa—una mesa que parecía la pista de despegue de un Jumbo—con una guitarra eléctrica regalada por su amigo Brian May.
En fin, que el tipo era para echarle de comer aparte. Uno se acuerda de sus colegas, gente, en algunos casos, con dos carreras, que curran en un kiosko, de comerciales o cosas por el estilo. Y claro, una oleada de mala leche recorre tu cuerpo serrano. Ay que ver, que haya gente así en este puto mundo donde palman cada día mogollón de niños y adultos de mil cosas diferentes por no tener un duro en el bolsillo.
Pero en eso que, como uno tiene sus ligeras nociones de Historia, me acuerdo de según qué cosas. Recuerdo que, una o dos veces cada siglo, a la gente se le hinchan las pelotas de aguantar a tanto parásito y vividor de tres al cuarto. Recuerdo el afeitado a navaja que le hicieron al tonto del culo de Luís XVI. El paseo turístico guiado del que disfrutó el zar Nicolás II por Ekaterinenburgo. O, ya más recientemente, todas esas imágenes del Tercer Mundo en las que un negro, un chino, un árabe, un latinoamericano, o lo que sea, enarbola un Automatik Kalashnikov 1947 (AK-47 para los íntimos) y sonríe con con una mirada que dice te vas a enterar tú de baños con sales, hijoputa. Y en eso que me dio como un alivio, un calorcillo agradable y una sonrisa de oreja a oreja.

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